La Eneida, Libro IX
Mientras así clamaba Niso la espada de Volscente, esgrimada con poderoso empuje, atraviesa las costillas y rompe el blanco pecho de Euríalo, que cae herido de muerte; corre la sangre por sus hermosos miembros, y su cuello se dobla sobre sus hombros, semejante a una purpúrea flor cuando, cortada por el arado, desfallece moribunda o cual las adormideras inclinan la cabeza sobre el cansado tallo a impulso de un recio aguacero.
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