domingo, 26 de enero de 2014

Madame Bovary, IV (segunda parte)

Se torturaba buscando una manera de declarársele, vacilando siempre entre el temor de disgustarla y el bochorno de ser tan pusilánime, llorando de desaliento y de deseo. Por fin tomaba decisiones enérgicas: escribía cartas que rasgaba; se concedía plazos que luego postergaba. A veces, decidido a actuar, dispuesto a todo, pronto cambiaba de idea al verse en presencia de Ema y cuando Carlos aparecía y lo invitaba a subir a su boc para visitar juntos a algún enfermo de los alrededores, León aceptaba al instante, se despedía de la señora y se marchaba ¿Acaso el marido no era algo de ella misma?
Ema no se interrogó para saber si lo amaba. Creía ella que el amor se presentaba de repente, con muchos destellos y fulgores, huracán celeste que al caer sobre la vida la trastorna, arranca las voluntades como hojas y arrastra al abismo al corazón. Ignoraba que la lluvia forma lagos en las azoteas de las casas cuando están tapados los desagües y así habría permanecido en su seguridad, de no haber descubierto de improviso una grieta en la pared.

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