sábado, 1 de febrero de 2014

Demian, El mal ladrón

(...) Permanecí un largo rato mirándole, y sentí entonces, lejano aún a mi conciencia algo muy singular. Vi el rostro de Demian y vi ya que no solamente era el de un muchacho, sino el de un hombre; vi aún algo más: creí ver o sentir que tampoco era sólo el rostro de un hombre, sino también algo distinto. Era como si en él hubiera también algo de un rostro de mujer, y además por un momento, aquel rostro no me pareció ya viril o infantil, maduro o joven, sino, en cierto modo milenario; en cierto modo, ajeno al tiempo, sellado por edades distintas a la que nosotros vivimos. Los animales podían presentar un aspecto semejante, o los árboles, o las estrellas. Yo no lo sabía. No sentí exactamente por entonces esto que ahora describo; pero sí algo análogo. Tampoco supe a punto fijo si la figura de Demian me atraía o me repelía. Sólo vi que era distinto de nosotros, que era como un animal, o como un espíritu, o como una pintura; pero distinto, inefablamente distinto de todos nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario