miércoles, 12 de marzo de 2014

Pez soluble, 4

Los pájaros pierden sus formas, después de perder sus colores. Quedan reducidos a una existencia arácnida, tan engañosa que me obliga a arrojar los guantes lejos de mí. Mis guantes amarillos con adornos negros caen en una llanura dominada por un frágil campanario. Entonces, cruzo los brazos y miro. Miro las risas que surgen de la tierra y florecen inmediatamente, umbelas. Ha llegado la noche, como salto de carpa sobre la superficie de un agua violeta, y los extraños laureles se entrelazan con el cielo que desciende del mar. Alguien lía un hato de ramas en llamas en el bosque, y la mujer o el hada que lo lleva a sus espaldas, parece volar, ahora, mientras las estrellas del color del champaña se quedan inmóviles. Comienza a caer la lluvia, es una gracia eterna, y comporta los más tiernos reflejos. En una sola gota se contienen el paso de carretas lila por un puente amarillo y en otra gota mayor hay una vida ligera y crímenes de posada. Al Sur, en una ensenada, el amor sacude sus cabellos preñados de sombras y hay un buque propicio que circula sobre los tejados. Pero los anillos de agua se rompen uno a uno, y sobre el alto haz de paisajes nocturnos se pone la aurora de un dedo. La prostituta inicia su canto con más meandros que un fresco riachuelo del país del Ala clavada, pero, pese a todo, no es mas que ausencia. Un verdadero lis, elevado a la gloria de los astros, deshace los muslos de la combustión que despierta, y el grupo que forman parte a descubrir la ribera. Pero el alma de la otra mujer se cubre de plumas blancas que la abanican suavemente. La verdad se apoya en los juncos matemáticos del infinito y todo avanza a la orden del águila agazapada, mientras el genio de las flotillas vegetales palmotea, y el oráculo se rinde a los peces eléctricos fluidos.

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