miércoles, 9 de abril de 2014

Estética del contemplador. Meditaciones sobre el movimiento en la pintura: IV

"En la rosa lumínica, el azul detiene a la inocente línea que lo surca, mientras que el amarillo la impulsa más aún. El azul es horizonte lento, preocupado de recuerdos; el amarillo, velocidad liviana. Entre ambos, el verde apura o vacila su prisa, conforme se acerque a uno o a otro. Cuando el azul se alía con el rojo produce un violeta de ojeras cansadas y tristes. Fatiga que concluye en cuento el fuego crepitante del rojo se anima totalmente. El rojo, a su vez, matiza en fácil y alegra naranja al linda con el amarillo, con el que se cierra la flor teórica de los colores. En el centro, los neutros, cobardes e indecisos, enredados con la voz que mejor mande; fuera, la noche y el día: el negro, espeso y reposado y el blanco, encandilamiento: vértigo.
Los colores son pesados o livianos, según su prisa por atravesar nuestras pupilas alertas. Los rápidos no dejan rastros profundos; los lentos marcan huellas expresivas. La delicada frivolidad del amarillo y la maciza sobriedad del negro son otra vez ilustradores. Por su parte, los naranjas y los verdes, de origen rojo y azulado con sangre amarilla, son más sutiles que sus originarios; el naranja, provocativo; el verde, insinuante. No es necesario buscar esta sensación en la paleta; puede conseguirse por yuxtaposición, por simple vecindad. EL rojo y el verde animan al negro, o son equilibrados por él (Matisse); el negro detiene al amarillo y le da sonoridad mística (Braque), o combina con el rojo un contraste de sol y sombra (Rouault). Desde luego, siempre un color guía a los demás; los cuadros de Braque son reflexivos por el predominio de tintes lentos; los de Matisse, joyantes y veraniegos, por la superioridad de zonas ligeras. En Bonnard, los lilas quejumbrosos llenan sus cuadros de luces lentas, interiores."

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