sábado, 5 de abril de 2014

La montaña mágica. Capítulo V, La danza macabra

"Se asistió a las idas y venidas de los habitantes de una aldea de Nuevo Mecklemburgo; a un combate de gallos en Borneo; se vieron salvajes desnudos que tocaban la flauta soplando por la nariz; una cacería de elefantes salvajes; una ceremonia en la corte del rey de Siam; una calle de burdeles en Japón donde las geishas se hallaban sentadas sobre cajas de madera. Y así, uno tras otro desfilaban ante sus ojos los más variados documentales.
Vieron a los samoyedos pintarrajeados recorrer en sus trineos, tirados por renos, los desiertos de nueve del norte de Asia, a peregrinos rusos rezando en Hebrón y a un delincuente persa azotado por los ministros de la justicia.
El espacio quedaba aniquilado, el tiempo había retrocedido, el <allá abajo> y el <entonces> se había transformado envolviéndose en música. Una joven marroquí, vestida de seda a rayas, cargada de alhajas, sortijas y dijes, con el abultado pecho medio desnudo, se aproximaba de pronto en su tamaño natural; las aletas de su nariz eran anchas, los ojos estaban llenos de una vida bestial, sus facciones eran inexpresivas. Reía enseñando sus dientes blancos, protegía sus ojos con una mano cuyas uñas aparecían más claras que la carne y hacía gestos al público. Se miraba con confusión a la cara de aquella sombre seductora que parecía ver y que no veía, a la cual no legaban las miradas, cuyos gestos y risas no pertenecían al presente sino que estaban allá abajo, en el ayer, de modo que hubiese sido insensato dirigirle la palabra.
Esto mezclaba al parecer un sentimiento de impotencia. Luego el fantasma se desvanecía. Una viva claridad invadía la pantalla y era proyectada la palabra <Fin>. El ciclo de la representación había terminado y la sala se vaciaba en silencio, mientras que un nuevo público se apretujaba a la entrada deseando disfrutar de una repetición de aquel desarrollo."

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