miércoles, 28 de mayo de 2014

Leteo

La Eneida, Virgilio. Libro VI (sobre el descenso de Eneas al Hades).

"[...] Eneas en tanto ve en una cañada un apartado bosque lleno de gárrulas enramadas, plácido retiro, que baña el río Leteo. Innumerables pueblos y naciones vagaban alrededor de sus aguas, como las abejas en los prados cuando, durante el sereno estío, se posan sobre las varias flores y, apiñadas alrededor de las blancas azucenas, llenan con su zumbido toda la campiña. Ignorante Eneas de lo que ve y estremecido ante aquella súbita aparición, pregunta la causa, cuál es aquel río y qué gentes son las que en tan grande multitud pueblan sus orillas. Entonces el padre Anquises: "Esas almas-le dice-, están bebiendo en las tranquilas aguas del Leteo el completo olvido de lo pasado. Hace mucho tiempo que deseaba hablarte de ellas, hacértelas ver y enumerar delante de ti esa larga prole mía, a fin de que te regocijes más conmigo de haber, por fin, encontrado a Italia". "¡Oh padre!, ¿es creíble que algunas almas se remonten de aquí a la tierra y vuelvan segunda vez  a encerrarse en cuerpos materiales? ¿Cómo tienen esos desgraciados tan vehemente anhelo de rever la luz del día?"[...]"

"[...] Todos los manes padecemos algún castigo, después de lo cual se nos envía  a los espaciosos Elíseos Campos, mansión feliz, que alcanzamos pocos y a que no se llega hasta que un larguísimo período, cumplido el orden de los tiempos, ha borrado las manchas inherentes al alma y dejándola reducida sólo a su etérea esencia y al puro fuego de su primitivo origen. Cumplido un período de mil años, un dios las convoca a todas en gran muchedumbre, junto al río Leteo, a fin de que tornen a la tierra, olvidadas de lo pasado, y renazca en ellas el deseo de volver nuevamente a habitar en humanos cuerpos. [...]"

Spleen, Charles Baudelaire.

Soy como el rey de un país lluvioso,
rico pero impotente, joven y aun así muy viejo,
que, despreciando las reverencias de sus preceptores,
se aburre con sus perros y con cualquier otro animal.
Nada puede alegrarlo, ni halcón, ni cacería,
ni su pueblo que muere ante su balcón.
La grotesca balada del bufón favorito
no relaja la frente de este enfermo cruel;
su lecho adornado con flores de lis se transforma en sepulcro,
y las damas de la corte, para quienes cualquier príncipe es bello,
no saben ya qué impúdico atuendo inventarse
para arrancar una sonrisa de este joven esqueleto.
El sabio que le fabrica oro nunca ha podido
extirpar de su ser la parte corrompida,
y con esos baños de sangre que nos vienen de los romanos,
y a los que los poderosos recurren en sus últimos días,
no ha sabido reanimar a este cadáver alelado
por el que, en vez de sangre, fluye el agua verde del Leteo.

La montaña mágica, Thomas Mann. Capítulo primero, La llegada.

"El tiempo, según se dice, es el Leteo. Pero el aire de las lejanías es un brebaje semejante, y si su efecto es menos radical, es en cambio mucho más rápido"

Las almas muertas, N. V. Gógol. Primera parte, Capítulo X.

"(...) De manera que los rumores acerca del capitán Kopeikin se hundieron en el río del olvido, en el Leteo, como suelen decir los poetas."

No hay comentarios:

Publicar un comentario