miércoles, 4 de junio de 2014

Insomnio II - Monet (inconcluso)

Las transformaciones que sufre un simple árbol de cerezo en lo instantáneo de las estaciones me han quitado el sueño a lo largo de estos años. Un caso en representación de tantos otros menos claros para mí, pero con el mismo fulgor y convicción. Florecido y carente de hojas, en la máxima lozanía del follaje y sin flores, o en el peor de los casos despojado de hojas y flores, en Rusia o en China, sigue siendo a pesar de todo ¡un árbol de cerezo! ¿Qué es entonces lo que queda cuando el tiempo se vuelve infinito y el espacio se vuelve inmenso?
¿Por qué me tortura la idea de que cierto sujeto pudo haber alcanzado la forma perfecta y acabada de un cuerpo, tal y como el entendimiento lo concibe?. Y mi propia duda se desglosa en otras cuestiones particulares que soy incapaz de formular.
Por una parte, sobre ese cuerpo y ese sujeto. De acuerdo a como ha obrado al pintar de día, de noche o bajo la trémula puesta del sol; al pintar así, independientemente de las musas del Montparnasse (evoco así a un ruso también) y acudiendo a los cuadros en series sucesivas e inacabables, ese Monet del mundo ha dado en fijar para siempre en mí el concepto de lo que una idea es, aunque el alcanzarla o siquiera rozarla con un milímetro de mi extensión supone una de las empresas más dificultosas.
En ese afán metódico de representar la naturaleza que se ofreció a sus ojos, lo que permanece y constituye la esencia misma ha surgido para él con un brillo extremo, al punto que ese sol radiante ofusca la visión y el camino de mis propios pensamientos. Aún así, me pregunto qué es lo que surgiría de superponer toda la infinita serie de cuadros, compilarlos en una unidad total que represente el teatro de la naturaleza. 
Estoy seguro que en ese ejercicio que a menudo intento, algún día lograré independizarme del eje temporal y del espacio asociado a cada nenúfar. Los días y las horas del año se atomizarán por completo, el universo adquirirá tantas dimensiones como estrellas cubren el vasto cielo. Bajo esas condiciones me encontraré seguramente flotando en lo inmanente, seré capaz de capturar la idea máxima, el concepto, el espíritu mismo. Una hazaña, considerando lo que supone nadar en el proceloso mar que es la existencia.
Ahora bien, con la misma claridad serena con que distingo ese mundo de posibilidades que inspiran los más profundos sentimientos de mi alma, más translúcido es para mi entendimiento que ese nenúfar, esa idea en extremo bella, no se encuentra todavía asequible a mis sentidos. Quizá peco cuando considero que se deba a que en este mundo vemos sin mirar u oímos sin escuchar;por otro lado me reconforta considerar que no es debido a la falta de facultades en nosotros como humanos, sino al vicio inherente a las mismas que hemos heredado de tiempos remotos.

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