martes, 15 de julio de 2014

Oda a la melancolía (J. Keats)

¡Oh, no! No te dirijas al Leteo, ni tuerzas
acónito de duras raíces, por su jugo
venenoso, ni dejes que tu pálida frente
bese la belladona, el racimo encarnado
de Prosperina. No hagas con las bayas del tejo
un rosario, ni sea escarabajo o fúnebre
mariposa tu Psique, ni el búho, revestido
de plumón, el misterio comparta de tus cuitas:
pues traerán exceso de sueño, sombra a sombra,
y anegarán la angustia desvelada del alma.

Mas si la Melancolía descendiera, de pronto,
desde el cielo a manera de una llorosa nube,
que da vida a las flores cabizbajas y oculta
en sudario abrileño a la verde colina,
sacie entonces tu cuita matutina rosa
o el iris del rompiente salado, en la ribera,
o en su riqueza, acaso, redondas peonías;
o, si muestra tu amiga un enojo muy dulce,
toma su mano suave y deja que delire,
y en sus ojos sin par has de saciarte entonces.

Vive con la Belleza —la Belleza que muere
y la Alegría, siempre con la mano en los labios
para decir adiós; y junto al doloroso
Placer, que es ya veneno mientras la abeja liba;
¡ah!, y en el propio templo del Deleite, velada,
tiene Melancolía su altar señero, visto
sólo de quien, con lengua tenaz, quebrar supiere
uvas de la Alegría en su paladar fino:
su triste poderío bien gustará aquel alma,
y penderá entre aquellos trofeos nebulosos.

(*)

No vayas al Leteo ni exprimas el morado
acónito buscando su vino embriagador;
no dejes que tu pálida frente sea besada
por la noche, violácea uva de Proserpina.
No hagas tu rosario con los frutos del tejo
ni dejes que polilla o escarabajo sean
tu alma plañidera, ni que el búho nocturno
contemple los misterios de tu honda tristeza.
Pues la sombra a la sombra regresa, somnolienta,
y ahoga la vigilia angustiosa del espíritu.

Pero cuando el acceso de atroz melancolía
se cierna repentino, cual nube desde el cielo
que cuida de las flores combadas por el sol
y que la verde colina desdibuja en su lluvia,
enjuga tu tristeza en una rosa temprana
o en el salino arco iris de la ola marina
o en la hermosura esférica de las peonías;
o, si tu amada expresa el motivo de su enfado,
toma firme su mano, deja que en tanto truene
y contempla, constante, sus ojos sin igual.

Con la Belleza habita, Belleza que es mortal.
También con la alegría, cuya mano en sus labios
siempre esboza un adiós; y con el placer doliente
que en tanto la abeja liba se torna veneno.
Pues en el mismo templo del Placer, con su velo
tiene su soberano numen Melancolía,
aunque lo pueda ver sólo aquel cuya ansiosa
boca muerde la uva fatal de la alegría.
Esa alma probará su tristísimo poder
y entre sus neblinosos trofeos será expuesta

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