jueves, 6 de noviembre de 2014

L. P. della Torre a M. Duras: "¿Cuáles son sus recuerdos más antiguos?"

Los primeros años de mi vida, los veo entre los claros de la selva, el olor de la lluvia, del jazmín, de la carne. A los niños nos parecía como si esas tardes inacabables en Indochina contuvieran un desafío a la naturaleza asfixiante que nos rodeaba.
Una impresión de prohibición y de misterio pesaba sobre la selva. Esa hora de la siesta nos gustaba tanto, a mis dos hermanos y a mí, que nos aventurábamos, desenredándonos de las lianas y las orquídeas, arriesgándonos a cada momento a caer sobre una serpiente o, no sé, un tigre.
(...)
Esa calma sobrehumana y esa dulzura indecible que me rodeaban dejaron marcas indelebles.
Acusaba a Dios, por supuesto, al pasar frente a los lazaretos que había en las afueras de los pueblos: un halo de muerte difusa flotaba sobre las laderas de las colinas, a lo largo de la frontera de Siam, donde vivíamos. Y sin embargo, todavía tengo en los oídos el estallido melodioso de las risas de esa gente: esa risa daba testimonio de una vitalidad irreductible.

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