domingo, 28 de diciembre de 2014

Por el camino de Swann; Tercera parte: Nombres de tierras: El nombre

"Lo mismo que el asomar a lo lejos de la roca desde donde se echa la otaria al agua arrebata de alegría a los niños porque saben que van a ver muy pronto un bicho, y antes de llegar al peso de las Acacias se me aceleraba el latir del corazón: porque de las acacias irradiaba un perfume delator, ya a distancia, de una blanda individualidad vegetal, cercana y extraña; porque luego, al acercarme, veía yo lo más alto de su travieso y ligero follaje, de esas hojas fácilmente elegantes, de corte coquetón y tejido fino, donde fueron a posarse centenares de flores como colonias aladas y vibrátiles de parásitos preciosos y porque tenían un nombre femenino, ocioso y suave; y el deseo que así me aceleraba el latir del corazón era un deseo mundana, como esos valses que sólo nos evocan los nombres de hermosas invitadas que va anunciando el criado a la entrada del salón de baile."

lunes, 22 de diciembre de 2014

Leí en la nómina de publicaciones de Nietzsche: "El Anticristo. Maldición sobre el crisantemo". Singular camino recorrió mi pensamiento en el pulso de un segundo: Swann amó/maldijo la figura de Odette bajo la forma de una flor de crisantemo (inflorescencia, estimadísimo Marcel); todo se redujo a la intertextualidad. Pero claro, no. El imperio de mis sentidos, dispuesto siempre al error, tuvo un fallido y en la nómina figura "El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo". Maldición.

domingo, 21 de diciembre de 2014

El sur

"En el hall de la estación advirtió que faltaban treinta minutos. Recordó bruscamente que en un café de la calle Brasil (a pocos metros de la casa de Yrigoyen) había un enorme gato que se dejaba acariciar por la gente, como una divinidad desdeñosa. Entró. Ahí estaba el gato, dormido. Pidió una taza de café, la endulzó lentamente, la probó (ese placer le había sido vedado en la clínica) y pensó, mientras alisaba el negro pelaje, que aquel contacto era ilusorio y que estaban como separados por un cristal, porque el hombre vive en el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal, en la actualidad, en la eternidad del instante."

jueves, 18 de diciembre de 2014

Nacer, primavera tardía.

Hace un par de días me hice una de esas promesas que responden a la necesidad de controlar los impulsos que llevan al mismísimo caos: “No me voy a comprar más libros; leo a menor tasa de la que compro”. Dos días pasaron y pequé, pero tengo todas las de ganar en esta ocasión. Caminando por el centro a pleno sol me topé con uno de esos gabinetes verdes –verde librería- en los que venden libros usados. Esas tienditas que, siendo Buenos Aires una ciudad con tantas palmeras, parecen sucursales de la de Alejandría (y el calor imprime cierta verosimilitud a esta imagen). Cuestión: solo me detuve a ver qué títulos tenían, qué ediciones,  por el mero placer que genera encontrar la misma edición que tenemos en casa, o ver esos libros que nunca compramos pero que los vemos en tantas tiendas que es como si los hubiéramos leído. Así, como esos ex-fumadores que se contentan con oler el tabaco, contemplé largo rato los libros y advertí que estaba Nudo de víboras (uno de esos que leí sin haber leído). Estimo que me brillaron los ojos o generé algún compuesto volátil que el librero advirtió y me dijo: “te lo dejo a veinte pesos por ser vos”. “No, no puedo comprar libros” le dije. “Te lo dejo a diez pesos, ¡no!, mejor te lo regalo, hoy no vendí nada y capaz esto me traiga suerte”. Le compré el libro. Mientras mi nuevo mejor amigo fue a buscar cambio leí: “Señor, pensad que no nos entendemos nosotros mismos y que no sabemos lo que queremos, que nos alejamos infinitamente de lo que deseamos”. Volvió con el cambio y nos despedimos, con un abrazo; su mano, que ya debe saber leer en la oscuridad, asestó una honesta palmada en mi espalda que aún repercute en toda la expansión de mi ser. Quizás entre dos momentos de esta categoría pase un abismo de años, o nunca suceda otro. Mas qué importa, si con uno basta para reconocer qué es eso que importa tanto, la vida.

lunes, 1 de diciembre de 2014

El origen del mundo, por creación; el origen del mal, por el pecado

"¿Es que... que verdaderamente puede uno ser infeliz? ¿Qué me importan mi desgracia y mi mal si me encuentro en condiciones de ser feliz? Yo no comprendo que se pueda pasar al lado de un árbol sin sentirse feliz mirándole. ¿Se hacen cargo? ¿Cabe hablar con un hombre y no sentirse dichoso queriéndole? Desgraciadamente no me sé explicar..., pero ¡cuántas cosas bellas hay a cada paso, cuántas cosas cuyo encanto se impone incluso al hombre más ciego! Mirad a los niños, mirad la aurora, mirad crecer la hierba, mirad los ojos que os contemplan y los rostros que os aman..."
F. M. Dostoyevsky; El idiota, parte tercera, VII.


"¡Ah, amigo mío, qué gusto da pasearse juntos con este tiempo tan hermoso! ¿Qué, no es bonito todo esto, los árboles, los espinos, el estanque? Por cierto no me ha dicho usted si le agrada mi estanque. ¡Qué cara tan mustia tiene usted! Y de este airecito que corre, ¿qué me dice? Nada, nada, amigo mío, digan lo que quieran hay muchas cosas buenas en la vida."
M. Proust, Por el camino de Swann, Primera parte: Combray, I

Setenta balcones y ninguna flor (B. Fernández Moreno)

Setenta balcones hay en esta casa,
setenta balcones y ninguna flor.
¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa?
¿Odian el perfume, odian el color?

La piedra desnuda de tristeza
¡dan una tristeza los negros balcones!
¿No hay en esta casa una niña novia?
¿No hay algún poeta lleno de ilusiones?

¿Ninguno desea ver tras los cristales
una diminuta copia de jardín?
¿En la piedra blanca trepar los rosales,
en los hierros negros abrirse un jazmín?

Si no aman las plantas no amarán el ave,
no sabrán de música, de rimas, de amor.
Nunca se oirá un beso, jamás se oirá un clave...

¡Setenta balcones y ninguna flor!

Retratos en el campo (1876), Gustave Caillebotte

Para G. Caillebotte: El impresionismo (B. Denvir), pág. 31.