lunes, 28 de abril de 2014

La noche

Es un oro imposible de comprender, un acabado
silencio que renace y se incorpora.

Las manos de la noche buscan el aire, el aire
se olvida sobre el mar,
el mar cerrado,
el mar,
solo en la noche, envuelto
en su gran soledad,
el hondo mar agonizando en vano...

El mar oliendo a algas moribundas y al sol,
la arena a musgo, a cielo, el cielo
a estrellas. La alta noche sin voces
deviniendo en sí misma, inagotada y plena,
es la mujer total con los ojos serenos
y el hombre silencioso olvidado en la playa,
el alto, el poderoso, el triste,
el que contempla,
conoce su poder que crea, ordena el mundo,
se vuelve a su conciencia que da fe de las cosas,
y el haz de los sentidos le limita la noche.

I

Concédeme esos cielos, esos mundos dormidos,
el peso del silencio, ese arco, ese abandono,
enciéndeme las manos,
ahóndame la vida
con la dádiva dulce que te pido.

Dame la luz sombría, apasionada y firme
de esos cielos lejanos, la armonía
de esos mundos sellados,
dame el límite mudo, el detenido
contorno de esas lunas de sombra,
su contenido canto.

Tú, el negado, da todo,
tú, el poderoso, pide,
tú, el silencioso, dame la dádiva dulcísima
de esa miel inmediata y sin sentido.

II

Estás solo, lo mismo.

Yo no toco tu vida, tu soledad, tu frente,
yo no soy en tu noche más que un lago, una copa,
más que un profundo lago,
en que puedes beber aun cerrados los ojos,
olvidado.
soy para ti como otra oscuridad, otra noche,
anticipo de la muerte,
lo que llega en el día frío el hombre espera, aguarda,
y llega y él se entrega a la noche, a una boca,
y el olvido total lo ciega y lo anonada.

Sin límites la noche,
pura, despierta, sola,
solícita al amor, ángel de todo gesto...

Estás solo, lo mismo.
Ebrio, lúcido, azul, olvidado del alma,
concédete a la hora.

sábado, 12 de abril de 2014

La sombra de un árbol
bajo la noche azulada del mundo,
la red invisible de todos los tiempos
y el color palidecente
de la unidad pretérito-presente.

Frente a la luna
a la espera de la sombra cenicienta,
asido a la más profunda incertidumbre
mientras vibra el aire 
por el recuerdo de su voz,
que se asemeja 
al caos 
en los orígenes del todo,
y el temor
ante la espera,
la inagotable espera,
de la herida que sanó.

miércoles, 9 de abril de 2014

Estética del contemplador. Meditaciones sobre el movimiento en la pintura: IV

"En la rosa lumínica, el azul detiene a la inocente línea que lo surca, mientras que el amarillo la impulsa más aún. El azul es horizonte lento, preocupado de recuerdos; el amarillo, velocidad liviana. Entre ambos, el verde apura o vacila su prisa, conforme se acerque a uno o a otro. Cuando el azul se alía con el rojo produce un violeta de ojeras cansadas y tristes. Fatiga que concluye en cuento el fuego crepitante del rojo se anima totalmente. El rojo, a su vez, matiza en fácil y alegra naranja al linda con el amarillo, con el que se cierra la flor teórica de los colores. En el centro, los neutros, cobardes e indecisos, enredados con la voz que mejor mande; fuera, la noche y el día: el negro, espeso y reposado y el blanco, encandilamiento: vértigo.
Los colores son pesados o livianos, según su prisa por atravesar nuestras pupilas alertas. Los rápidos no dejan rastros profundos; los lentos marcan huellas expresivas. La delicada frivolidad del amarillo y la maciza sobriedad del negro son otra vez ilustradores. Por su parte, los naranjas y los verdes, de origen rojo y azulado con sangre amarilla, son más sutiles que sus originarios; el naranja, provocativo; el verde, insinuante. No es necesario buscar esta sensación en la paleta; puede conseguirse por yuxtaposición, por simple vecindad. EL rojo y el verde animan al negro, o son equilibrados por él (Matisse); el negro detiene al amarillo y le da sonoridad mística (Braque), o combina con el rojo un contraste de sol y sombra (Rouault). Desde luego, siempre un color guía a los demás; los cuadros de Braque son reflexivos por el predominio de tintes lentos; los de Matisse, joyantes y veraniegos, por la superioridad de zonas ligeras. En Bonnard, los lilas quejumbrosos llenan sus cuadros de luces lentas, interiores."

Quiero morir

Quiero morir. No quiero oír ya más campanas.
La noche se deshace, el silencio se agrieta.
Si ahora un coro sombrío en un bajo imposible,
si un órgano imposible descendiera hasta donde.

Quiero morir, y entonces me grita estás muriendo,
quiero cerrar los ojos porque estoy tan cansada.
Si no hay una mirada ni un don que me sostengan,
si se vuelven, si toman, qué espero de la noche.

Quiero morir ahora que se hielan las flores,
que en vano se fatigan las calladas estrellas,
que el reloj detenido no atormenta el silencio.

Quiero morir. No muero.

No me muero. Tal vez
tantos, tantos derrumbes, tantas muertes, tal vez,
tanto olvido, rechazos,
tantos dioses que huyeron con palabras queridas
no me dejan morir definitivamente.

sábado, 5 de abril de 2014

Manifiesto Surrealista

"En el instante en que el sueño sea objeto de un examen metódico o en que, por medios aún desconocidos, lleguemos a tener conciencia del sueño en toda su integridad (y esto implica una disciplina de la memoria que tan solo se puede lograr en el curso de varias generaciones, en la que se comenzaría por registrar ante todo los hechos más destacados) o en que su curva se desarrolle con una regularidad y amplitud hasta el momento desconocidas, cabrá esperar que los misterios que dejen de serlo nos ofrezcan la visión de un gran Misterio. Creo en la futura armonización de estos dos estados, aparentemente tan contradictorios, que son el sueño y la realidad, en una especie de realidad absoluta, en una sobrerrealidad o surrealidad, si así se le puede llamar. Esta es la conquista que pretendo, en la certeza de jamás conseguirla, pero demasiado olvidadizo de la perspectiva de la muerte para privarme de anticipar un poco los goces de tal posesión."

La montaña mágica. Capítulo V, La danza macabra

"Se asistió a las idas y venidas de los habitantes de una aldea de Nuevo Mecklemburgo; a un combate de gallos en Borneo; se vieron salvajes desnudos que tocaban la flauta soplando por la nariz; una cacería de elefantes salvajes; una ceremonia en la corte del rey de Siam; una calle de burdeles en Japón donde las geishas se hallaban sentadas sobre cajas de madera. Y así, uno tras otro desfilaban ante sus ojos los más variados documentales.
Vieron a los samoyedos pintarrajeados recorrer en sus trineos, tirados por renos, los desiertos de nueve del norte de Asia, a peregrinos rusos rezando en Hebrón y a un delincuente persa azotado por los ministros de la justicia.
El espacio quedaba aniquilado, el tiempo había retrocedido, el <allá abajo> y el <entonces> se había transformado envolviéndose en música. Una joven marroquí, vestida de seda a rayas, cargada de alhajas, sortijas y dijes, con el abultado pecho medio desnudo, se aproximaba de pronto en su tamaño natural; las aletas de su nariz eran anchas, los ojos estaban llenos de una vida bestial, sus facciones eran inexpresivas. Reía enseñando sus dientes blancos, protegía sus ojos con una mano cuyas uñas aparecían más claras que la carne y hacía gestos al público. Se miraba con confusión a la cara de aquella sombre seductora que parecía ver y que no veía, a la cual no legaban las miradas, cuyos gestos y risas no pertenecían al presente sino que estaban allá abajo, en el ayer, de modo que hubiese sido insensato dirigirle la palabra.
Esto mezclaba al parecer un sentimiento de impotencia. Luego el fantasma se desvanecía. Una viva claridad invadía la pantalla y era proyectada la palabra <Fin>. El ciclo de la representación había terminado y la sala se vaciaba en silencio, mientras que un nuevo público se apretujaba a la entrada deseando disfrutar de una repetición de aquel desarrollo."

jueves, 3 de abril de 2014

La montaña mágica. Capítulo V, La danza macabra

"Creo que el mundo y la vida están hechos de manera que deberíamos vestir siempre de negro, con una golilla en vez de cuello, y mantener relaciones graves, reservadas y formalistas, pensando en la muerte; eso es lo que me gustaría, lo que me parecería moral. Ya ves, ése es un nuevo error y una presunción de Settembrini, y celebro que la conversación me lleve a hablar de ello. Cree tener no sólo el monopolio de la dignidad humana, sino también el de la moral, con su <actividad práctica> y sus <fiestas dominicales y progresistas>, como si justamente el domingo no se pensase en cosas complemente ajeas al progreso, y con supresión sistemática de los sufrimientos, cosa de la que no estás enterado, pero de la que habló para instruirme. Quiere suprimirlos sistemáticamente por medio de un diccionario. Y si esto me parece inmoral, ¿qué? Naturalmente que no iré a decírselo (...)"