lunes, 26 de octubre de 2015

jueves, 22 de octubre de 2015

La toga pretexta, F. Mauriac

"En el parque sólo me gustaba el rincón reservado a la botánica, la floración de etiquetas con nombres misteriosos, evocadores de tropicales islas, de sangrientas flores de perfume que adormece y mata..."

martes, 9 de junio de 2015

Los Buddenbrook


“-¡Olas inmensas…!- dijo Thomas Buddenbrook-. Vienen y se estrellan, una tras otra, sin fin, sin objeto, estériles y errantes. Y no obstante, obran sobre nosotros de un modo sedante y consolador, como imagen de lo simple y lo necesario. Cada día tengo más cariño al mar… En otros tiempos prefería la montaña, quizá tan solo porque estaba lejos. Hoy no podría. Siento que la temo y me avergonzaría. Es demasiado arbitraria, irregular, diversa… No podría por menos de sentirme vencido. ¿Qué clase de hombres son los que prefieren la monotonía del mar a la variedad natural de la montaña? Creo que son aquellos que se han absorbido en la contemplación de las cosas interiores para no tener que pedir a las exteriores cuando menos una cualidad: la sencillez… Para subir a la cumbre de la montaña se necesita ser valiente, mientras que para estar en la orilla del mar no hay que molestarse; tan sólo sentarse muy descansado. Pero conozco la mirada con que se recompensa a uno y a otro. Los que van saltando de cumbre en cumbre, tienen los ojos seguros, felices, saturados de un espíritu audaz, dispuesto para las luchas por la vida; en cambio, por la inmensidad del mar, que mece sus olas con este místico y desfallecido fatalismo, vaga y sueña con la mirada mortecina de los desesperados y de los expertos que con frecuencia han profundizado en las tristes experiencias… ¡Salud y enfermedad! He aquí la diferencia. Trepa uno animoso por la maravillosa variedad de las montañas escarpadas, sólo para poner a prueba la propia fuerza vital, virgen todavía; reposa otro frente a la sencillez de las cosas exteriores, únicamente cuando está  fatigado de la confusión de su espíritu.”

jueves, 12 de marzo de 2015

Los Mandarines - Simone de Beauvoir

-¡Ana, soy tan feliz!
Estaba desnudo, yo estaba desnuda y no sentía ninguna molestia; su mirada no podía lastimarme; no me juzgaba, no prefería ninguna otra cosa. De pies a cabeza sus manos me aprendían de memoria. De nuevo dije:
-Me gustan sus manos.
-¿Le gustan?
-Durante toda la tarde me pregunté si las sentiría sobre mi cuerpo.
-Las sentirá durante toda la noche -dijo.
De pronto no era ni torpe ni modesto. Su deseo me transfiguraba. Yo, que desde hacía tanto tiempo no tenía mas gusto ni forma, poseía de nuevo pechos, un vientre, un sexo, una carne; era alimenticia como el pan, olorosa como la tierra. Era tan milagroso que no pensé en medir mi tiempo ni mi placer; sé solamente que cuando nos dormimos se oía el leve trino del alba.
Un olor a café me despertó; abrí los ojos y sonreí viendo sobre una silla mi vestido de lana azul en los brazos de una chaqueta gris. En la sombra del árbol negro habían crecido hojas que mariposeaban contra la cortina de un amarillo rabioso. Lewis me tendió un vaso y tomé de un trago el jugo de naranja que tenía esa mañana un gusto a convalecencia: como si la voluptuosidad fuera una enfermedad; o como si toda mi vida hubiera sido una larga enfermedad de la que me estaban curando.

martes, 24 de febrero de 2015

Nudo de Víboras - F. Mauriac

"La llanura estaba más clara que el cielo. La tierra ahita de agua, humeaba, y las rodadas llenas de lluvia reflejaban un cielo turbio. Todo me interesaba como cuando Calèse me pertenecía. Nada es mío y no siento mi pobreza. El rumor de la lluvia, por la noche, sobre la vendimia que se pudre no me entristece menos que cuando era el dueño de esta cosecha amenazada. Aquello que he considerado como apego a la propiedad, no es más que el instinto carnal del campesino, hijo de campesinos, nacido de aquellos que, desde hace siglos, interrogan con angustia al horizonte. La renta que he de recibir cada mes se acumulará en casa del notario: jamás he necesitado nada. He estado prisionero durante toda mi vida de una pasión que no me poseía. Como un perro ladra a la luna, me ha fascinado un reflejo. ¡Despertarse a los sesenta y ocho años! ¡Renacer en el momento de morir! Que se me concedan algunos años, aún, algunos meses, algunas semanas...
La enfermedad se ha ido; me siento mucho mejor. Amelia y Ernesto, que servían a Isa, pasan a servirme a mí; saben poner inyecciones. Todo está al alcance de mi mano: las ampollas de morfina, las sales de nitrito. Los hijos, atareados, apenas dejan la ciudad y no vienen más que cuando tienen necesidad de algún dato con respecto a una valoración... Todo transcurre sin demasiadas disputas: el terror a salir perjudicados"

Retratro de grupo con señora - H. Böll

Canta Leni con una voz suave, escueta y poderosa que disimula su timidez. Una voz que podría pertenecer a un ser recluído en una mazmorra. Pero ¿Qué canta esa voz?

Su plateada imagen la contempla desde el espejo
a media luz, cual si fuera una extraña
y vagamente ve en el espejo su condena
y a sí misma le aterra su propia pureza.

La lascivia y la indigencia son mis votos
la lascivia ha endulzado a menudo mi pureza
los actos por nosotros cometidos bajo el sol de Dios
son los que expiamos en la tierra de Dios.

La voz era de la más noble de las corrientes: la del Rin, que es un río que nació libre, y ¿dónde, dónde hallar un ser llamado a vivir en plena libertad y a satisfacer los anhelos del coraón, un ser surgido de un lecho tan sagrado como aquél, nacido de alturas tan egregias como el Rin?

Los espejos (JLB)

Yo que sentí el horror de los espejos 
no sólo ante el cristal impenetrable 
donde acaba y empieza, inhabitable, 
un imposible espacio de reflejos 

sino ante el agua especular que imita 
el otro azul en su profundo cielo 
que a veces raya el ilusorio vuelo 
del ave inversa o que un temblor agita 

Y ante la superficie silenciosa 
del ébano sutil cuya tersura 
repite como un sueño la blancura 
de un vago mármol o una vaga rosa, 

Hoy, al cabo de tantos y perplejos 
años de errar bajo la varia luna, 
me pregunto qué azar de la fortuna 
hizo que yo temiera los espejos. 

Espejos de metal, enmascarado 
espejo de caoba que en la bruma 
de su rojo crepúsculo disfuma 
ese rostro que mira y es mirado, 

Infinitos los veo, elementales 
ejecutores de un antiguo pacto, 
multiplicar el mundo como el acto 
generativo, insomnes y fatales. 

Prolonga este vano mundo incierto 
en su vertiginosa telaraña; 
a veces en la tarde los empaña 
el Hálito de un hombre que no ha muerto. 

Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro 
paredes de la alcoba hay un espejo, 
ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo 
que arma en el alba un sigiloso teatro. 

Todo acontece y nada se recuerda 
en esos gabinetes cristalinos 
donde, como fantásticos rabinos, 
leemos los libros de derecha a izquierda. 

Claudio, rey de una tarde, rey soñado, 
no sintió que era un sueño hasta aquel día 
en que un actor mimó su felonía 
con arte silencioso, en un tablado. 

Que haya sueños es raro, que haya espejos, 
que el usual y gastado repertorio 
de cada día incluya el ilusorio 
orbe profundo que urden los reflejos. 

Dios (he dado en pensar) pone un empeño 
en toda esa inasible arquitectura 
que edifica la luz con la tersura 
del cristal y la sombra con el sueño. 

Dios ha creado las noches que se arman 
de sueños y las formas del espejo 
para que el hombre sienta que es reflejo 
y vanidad. Por eso no alarman.

jueves, 22 de enero de 2015

Metáfora: dique

El Desierto del Amor, François Mauriac (1925)


"Tuvo tiempo de decirse, para no desfallecer: <Es el viento; tiene que ser el viento>. A pesar del ruido de los pasos titubeantes en el comedor, no tuvo fuerzas para levantarse, y ya él se encontraba allí, embarazado con su sombrero que chorreaba. No se atrevía a dar un paso. No osaba llamarlo, aturdida por el tumulto que sentía en ella: una pasión que ha roto su dique y arremete en busca de un furioso desquite, invadiendo, en un segundo, todo, y llena totalmente la capacidad del cuerpo y del alma, recubriendo las cimas y las hondonadas."

El elegido, T. Mann (1951) "El descubrimiento"


"Abrióse entonces la esclusa, estalló el dique, ya no hubo represa para contener el flujo por tanto tiempo detenido."

lunes, 19 de enero de 2015

Desde Altas Montañas - F. Nietzsche

¡Oh cenit de la vida! ¡Tiempo festivo!
¡Oh jardín estival!
Inquieta dicha de durar, de escuchar, de esperar:
dispuesto aguardo al amigo día y noche.
¿Dónde estáis amigos? ¡Venid, ya es hora, ya es hora!

¿No se adornó hoy para vosotros con rosas el grisáceo glaciar?
El arroyo os busca, ansiosos de persiguen, se agolpan
viento y nubes más altos hoy en el azul
para acecharos desde una altura más lejana.

Para vosotros dispuse mi mesa en lo más alto. ¿Quién habita tan cerca de las estrellas,
quién al borde de las terribles profundidades del abismo?
Mi reino -¿qué otro reino abarcó más?
Y mi miel -¿Quién la ha gustado?

Ahí estáis, amigos -¡lástima no ser yo a quien buscáis!
Vaciláis, os asombráis -¡Ah, cuánto mejor si os enojarais!
Yo -¿ya no soy yo? ¿Cambiado tengo mano, paso, rostro?
Y lo que soy, para vosotros amigos -¿no lo soy?

¿Otro fui? ¿Extraño a mí mismo? ¿De mí mismo evadido?
¿Un luchador que demasiado a menudo
a sí mismo se ha vencido?
¿Demasiado a menudo opuesto a su propia fuerza,
herido y derrotado en su propia victoria?
¿Busqué un lugar donde más fuerte
soplara el viento?
¿Aprendí a vivir
donde no habita nadie, en lúgubres zonas de osos polares,
olvidé hombre y Dios, maldición y plegaria?
¿Me convertí en fantasma que deambula
por los glaciares?

¡Viejos amigos! ¡Mirad! Pálidos miráis ahora,
llenos de amor y de odio.
¡No, marcháos! ¡No os enojéis!
Aquí vosotros no podríais vivir.
Aquí, en el más lejano dominio
del hielo y de la roca
aquí hay que ser gamo y cazador.

¡Un malvado cazador he sido! ¡Mirad qué tenso está mi arco!
Quién así lo tensó, era el más fuerte:
pero ¡cuidado! Peligrosa como ninguna
es esta flecha. ¡Fuera de aquí!, por vuestro bien.

¿Me dais la espalda? -Oh, corazón bastante has soportado,
firme fue siempre tu esperanza.
¡Abre tus puertas a nuevos amigos!
¡Abandona a los antiguos! ¡Abandona el recuerdo!
Una vez fuiste joven y ahora -¡lo eres aún mejor!

Lo que antaño nos unió, el lazo de una esperanza
¿Quién lee las señales
que, ahora borrosas entonces escribiera el amor?
Al pergamino que la mano no osa tocar lo comparo,
como él oscurecido y consumido.

No más amigos, son -¿cómo diría yo?- únicamente amigos espectrales
que de noche aún llaman a mi ventana y a mi corazón,
que me miran y dicen: ¡Sí, éramos nosotros!
¡Oh marchita palabra, la fragancia de las rosas!

¡Ansia de juventud, incomprendida, que yo anhelé
que como yo próxima y cambiante imaginé!
Se hicieron viejos los amigos y ella los abandonó:
sólo quien se transforma me es afín.

¡Oh cenit de la vida! ¡Segunda juventud! ¡Oh jardín estival!
¡Inquieta dicha de durar, de escuchar, de esperar!
Dispuesto aguardo al amigo día y noche,
¡al nuevo amigo! ¡Ven, ya es hora, ya es hora!

Cesa este canto -el más dulce grito de nostalgia murió en la boca:
un mago lo hizo, el amigo de la hora justa,
el amigo del mediodía -¡no!, no preguntéis quién es,
Fue a mediodía, de uno se hizo dos.

Ahora festejemos, seguros de la victoria conjunta, la fiesta de las fiestas:
vino el amigo Zaratustra, ¡huésped de huéspedes!
Ahora ríe el mundo, se alza el tétrico telón
la luz y las tinieblas se han unido.

domingo, 18 de enero de 2015

Salix babylonica: By the waters of Babylon (Salmo 137)


Elizabeth Barrett Browning

Aléjate de mí...

Aléjate de mí. Mas sé que, para siempre,
he de estar en tu sombra. Ya nunca, solitaria,
irguiéndome en los mismos umbrales de mi vida
recóndita, podré gobernar los impulsos

de mi alma, ni alzar la mano como antaño,
al sol, serenamente, sin que perciba en ella
lo que intenté hasta ahora apartar: el contacto
de tu mano en la mía. Esta anchurosa tierra

con que quiso alejarnos el destino, en el mío
deja tu corazón, con latir doble. En todo
lo que hiciere o soñare estás presente, como

en el vino el sabor de las uvas. Y cuando
por mí rezo al Señor, en mis ruegos tu nombre
escucha y ve en mis ojos mezclarse nuestras lágrimas.

Versión de Màrie Manent







Almas de flores

Nos quedamos contigo, rezagadas,
las últimas de aquella muchedumbre,
como voz de quien canta
y sus propias canciones le enamoran.
Somos perfume y alma
de la flor y el capullo.
Tus pensamientos nos llevamos, cuando
nuestro aliento respiras,
hacia los amarantos de esplendores,
que en las colinas arden,
hacia tiernas campanas de los lirios
y grises heliotropos;
hacia llanos cubiertos de amapolas, que guardan
tal aliento de sueño y tal sonrojo,
que, al cruzarlas, los ángeles
habrán de parecerte más blancos todavía;
hacia el sesgo del río, de ajo silvestre orlado,
donde te solazaste un día entero,
hasta que tu sonrisa trocábase en devota
y el rezo florecía;
hacia la rosa oculta en el boscaje,
que vertía sus gotas de rocío en tu sueño;
y hacia aquellos asfódelos floridos
donde tu paso hundiste.
Tiramos de tu ropa
y tu pelo alisamos;
desfallecemos entre nuestras quejas
y sufrimos, perdidas por los aires.

Versión de Màrie Manent








Catalina a Camoens

Al morir mientras él se encuentra en el extranjero 
y aludiendo a los versos en los que el poeta 
se refería a su dulce mirar. 

No entrarás por esta puerta
que contemplo sin cesar.
¡Adiós! Se va la esperanza,
viene la muerte, no tú.
Ven, amor mío,
ven a cerrar
estos ojos que llamaste
los de más dulce mirar.

Cuando oía tu canción
en antiguas primaveras,
olvidando otros elogios
sólo escuchaba los tuyos,
y repetía
el corazón:
Benditos sean mis ojos
si le parecen tan dulces.

Todo cambia y esta tarde
baña un sol frío la puerta.
¿Susurrarías ahora
igual que antes: Te amo mucho...
cuando la muerte
nubla triunfal
los ojos que ayer llamaste
los de más dulce mirar?

Si estuvieras a mi lado
junto a la cama en que muero,
aunque antaño desdeñaste
su hermosura, sé que ahora
los llamarías
siendo veraz,
por el amor que hay en ellos,
los de más dulce mirar.

Y si entonces los mirases
y ellos te viesen a ti,
todo su brillo perdido
volverían a tener.
Por el amor
y de verdad
fueran belleza radiante
los de más dulce mirar.

Pero, ay, que sólo me ves
con ojos de enamorado
como una leve sonrisa
soñando tras abanicos;
y así repites
sin saber más
en tus serenos ensueños:
los de más dulce mirar.

Mientras el alma se sale
de mi cuerpo lento y pálido,
siempre ansioso por oír
estas palabras de amor,
¡oh, mi poeta,
ven a mí ya!
Tardío amor, ven, son tuyos
los de más dulce mirar.

Poeta mío, profeta,
al alabar su dulzura,
¿es que no viste que está
apagándose su luz?
¿Es que no viste
que ya jamás
devolvería la tumba
los de más dulce mirar?

Silencio. Sólo se escucha
el surtidor en el patio,
cae el agua sobre el mármol
como cae el corazón
desde el suspiro
hasta la muerte,
muerte que anuncia su triunfo
sobre los ojos más dulces.

¿Vendrás? Me siento muy sola,
todo es amargo a mi lado,
y tu voz, amado mío,
no me despierta los párpados.
Ha muerto amor,
llorad, llorad,
junto al ciprés si es que fuisteis
los de más dulce mirar.

Sonaba el ángelus, cerca
de aquel convento paseábamos
y los coros atraían
los ángeles al coloquio.
Veía el cielo
el alma audaz.
Sonreíste. ¿Es eso impuro,
los de más dulce mirar?

Al pasar en tu caballo
y ver tras la celosía
de aquel palacio otro rostro
que no es el rostro de siempre,
¿en un murmullo
repetirás:
Desde aquí me contemplasteis,
los de más dulce mirar?

Cuando las damas en torno
de tu guitarra te digan:
Canta, poeta, los versos
de la dama que murió,
¿entre las lágrimas,
no fingirás
entonando la canción
de la del dulce mirar?

¡Oh, melodiosas palabras
muchas veces repetidas!
Entre todas tus canciones
la mejor ésta será,
la escucha el alma
una vez más
entre el ruido de este mundo...
Los de más dulce mirar.

El clérigo va a rezar,
el coro está de rodillas,
otras músicas solemnes
el alma pronto oirá.
¡Oh, miserere,
oh, ten piedad!
Ya no será Catalina
la de más dulce mirar.

Guarda esta cinta que es mía
(me la quité del cabello),
y cuando llores sobre ella
no te sentirás tan solo,
pues desde el cielo
yo sin cesar
en ti posaré estos ojos,
los de más dulce mirar.

Pero ahora, cuando aún
estoy aquí, brillan más;
tú, amor mío, echa en olvido
todo lo que es mi pasado:
estas palabras
dedicarás
a otra más bella que yo:
la de más dulce mirar.

Pero, ¿qué hacéis, ojos míos?
Sois desleales si el llanto
dejáis caer por el bien
de su esperanza y su vida.
Sería indigno
para el mortal
que un llanto ruin enturbiara
los de más dulce mirar.

Velaré por su futuro,
bendeciré su esplendor;
quiero que cante a otros ojos
de mirar mucho más dulce.
Que los proteja
su ángel guardián,
y que sean para él
los de más dulce mirar. 

Versión de Carlos Pujol







De mi cabello nunca di un rizo a un hombre...

De mi cabello nunca di un rizo a ningún hombre,
amado mío, salvo el que te ofrezco ahora
y, pensativamente, en toda su largura
sombría, voy ciñendo en torno de mis dedos.

Tómalo. Ya mis días de juventud pasaron;
ya al paso alborozado no tiembla mi cabello,
ni prendo en él la rosa o los brotes del mirto, 
como las chicas suelen: ya sólo puede, en pálidas

mejillas, sombrear las huellas de mi llanto,
y se avezó a soltarse cuando a la frente inclina
con su arte el dolor. Temí que las tijeras

fúnebres lo cortaran primero, y ha vencido
tu amor. Tómalo. Puro como antaño, hallarás
el beso que, al morir, en él dejó mi madre.

Versión de Màrie Manent







¿De qué modo te quiero?

¿De qué modo te quiero? Pues te quiero 
hasta el abismo y la región más alta 
a que puedo llegar cuando persigo 
los límites del Ser y el Ideal. 

Te quiero en el vivir más cotidiano, 
con el sol y a la luz de una candela. 
Con libertad, como se aspira al Bien; 
con la inocencia del que ansía gloria. 

Te quiero con la fiebre que antes puse 
en mi dolor y con mi fe de niña, 
con el amor que yo creí perder 

al perder a mis santos... Con las lágrimas 
y el sonreír de mi vida... Y si Dios quiere, 
te querré mucho más tras de la muerte. 

Versión de Carlos Pujol








Dilo, dilo otra vez...

Dilo, dilo otra vez, y repite de nuevo
que me quieres, aunque esta palabra repetida,
en tus labios, el canto del cuclillo recuerde.
Y no olvides que nunca la fresca primavera

llegó al monte o al llano, al valle o a los bosques,
en su entero verdor, sin la voz del cuclillo.
Me saluda en las sombras, amado mío, incierta,
esa voz de un espíritu, y en mi duda angustiosa,

clamo: «¡Vuelve a decir que me quieres!» ¿Quién
teme un exceso de estrellas, aunque los cielos colmen,
o un exceso de flores ciñendo todo el año?

Di que me quieres, di que me quieres: renueva
el tañido de plata ; mas piensa, amado mío,
en quererme también con el alma, en silencio.

Versión de Màrie Manent







¿Es verdad que de estar muerta sintieras...

¿Es verdad que de estar muerta sintieras 
menos vida en ti mismo sin la mía? 
¿Que no brillara el sol lo mismo que antes 
sabiéndome en la noche del sepulcro? 

¡Qué estupor, amor mío, cuando vi 
en tu carta todo eso! Yo soy tuya... 
Pero... ¿tanto te importo? ¿Cómo puedo 
servirte vino con mi mano trémula? 

Renunciaré a los sueños de la muerte 
volviendo a las miserias del vivir. 
¡Ámame, amor, tu soplo resucita! 

Otras cambiaron por amor su rango, 
y yo por ti el sepulcro, la dulzura 
celestial por la tierra aquí contigo. 

Versión de Carlos Pujol







¡Mis cartas!

¡Mis cartas! Papel muerto... mudo y blanco... 
Y no obstante palpitan esta noche 
en mis trémulas manos cuando aflojo 
la cinta y caen sobre mis rodillas. 

Ésta decía: Dame tu amistad... 
Ésta fijaba un día en primavera 
para tocar mi mano... casi nada, 
¡pero cuánto lloré! Ésta... un papel... 

decía: Te amo, y yo me estremecí 
como si Dios rasgase mi pasado. 
Ésta, Soy tuyo... pálida la tinta 

por estar junto a un pecho tumultuoso. 
Y esta última... ¡oh, amor!, no fuese digna 
de lo que dices si lo repitiera. 

Versión de Carlos Pujol







No me acuses, te ruego...

No me acuses, te ruego, por la excesiva calma
o tristeza del rostro, cuando estoy a tu vera,
que hacia opuestos lugares miramos, y dorarnos
no puede un mismo sol la frente y el cabello.

Sin angustia ni duda me miras siempre, como
a una abeja encerrada en urna de cristales,
pues en templo de amor me tiene el sufrimiento
y tender yo mis alas y volar por el aire

sería un imposible fracaso, si probarlo
quisiera. Pero cuando yo te miro, ya veo
el fin de todo amor junto al amor de ahora,

más allá del recuerdo escucho ya el olvido;
como quien, en lo alto reposando, contempla
más allá de los ríos, tenderse el mar amargo.

Versión de Màrie Manent







Oh, amor mío, amor mío...

Oh, amor mío, amor mío, cuando pienso 
que existías ya entonces, hace un año, 
cuando yo estaba sola aquí en la nieve 
y no vi tus pisadas ni escuché 
tu voz en el silencio... Mi cadena, 
eslabón a eslabón, iba midiendo 
como si no pudiese verme libre 
por tu posible mano... ¡Hasta beber 
la prodigiosa copa de la vida! 
¡Qué extraño no sentirte en el temblor 
del día o de la noche, voz, presencia, 
ni adivinarte en esas flores blancas! 
Yo era ciega lo mismo que el ateo 
que no descubre a Dios al que no ve.

Versión de Màrie Manent







Que ha cambiado, dijera, toda la faz del mundo...

Que ha cambiado, dijera, toda la faz del mundo,
desde que oí los pasos de tu alma moverse
levemente, ¡oh, muy leves!, junto a mí, deslizándose
entre mí y aquel borde terrible de la muerte

tan clara, donde hundirme creí; mas fui elevada
hasta el amor y pude saber un nuevo ritmo
para mecer la vida. La copa de amarguras
que Dios nos da al nacer, apuraré gustosa,

loando su dulzura, amor mío, a tu lado.
El nombre de las tierras y el del cielo se mudan
según donde estés tú o hayas de estar un día.

Y este laúd y el canto mío, que quise antaño
(los ángeles canoros bien lo saben), los quiero
sólo porque tu nombre se mezcla en lo que dicen.

Versión de Màrie Manent







Si has de amarme que sea solamente...

Si has de amarme que sea solamente 
por amor de mi amor. No digas nunca 
que es por mi aspecto, mi sonrisa, el modo
de hablar o por un rasgo de carácter 

que concuerda contigo o que aquel día 
hizo que nos sintiéramos felices... 
Porque, amor mío, todas estas cosas 
pueden cambiar, y hasta el amor se muere. 

No me quieras tampoco por las lágrimas 
que compasivo enjugas en mi rostro... 
¡Porque puedo olvidarme de llorar 

gracias a ti, y así perder tu amor! 
Por amor de mi amor quiero que me ames, 
para que dure amor eternamente. 

Versión de Carlos Pujol







Y no obstante el amor por ser amor...

Y no obstante el amor por ser amor 
es bello. Igual llamea reluciente 
un gran templo y la hierba. El mismo fuego 
arde quemando el cedro y la cizaña. 

Y el amor es un fuego; y cuando digo 
te quiero, oh Dios, te quiero, ante tus ojos 
me transfiguro en esplendor y siento 
mi cara centelleante que deslumbra. 

En el amor no puede haber ruindad 
aunque amen los más ruines de los seres, 
que cuando aman a Dios Él los acepta. 

Y en la apariencia ruin de lo que soy 
refulge el sentimiento y purifica 
por ser fruto de amor lo que es de carne. 

Versión de Carlos Pujol