jueves, 22 de enero de 2015

Metáfora: dique

El Desierto del Amor, François Mauriac (1925)


"Tuvo tiempo de decirse, para no desfallecer: <Es el viento; tiene que ser el viento>. A pesar del ruido de los pasos titubeantes en el comedor, no tuvo fuerzas para levantarse, y ya él se encontraba allí, embarazado con su sombrero que chorreaba. No se atrevía a dar un paso. No osaba llamarlo, aturdida por el tumulto que sentía en ella: una pasión que ha roto su dique y arremete en busca de un furioso desquite, invadiendo, en un segundo, todo, y llena totalmente la capacidad del cuerpo y del alma, recubriendo las cimas y las hondonadas."

El elegido, T. Mann (1951) "El descubrimiento"


"Abrióse entonces la esclusa, estalló el dique, ya no hubo represa para contener el flujo por tanto tiempo detenido."

lunes, 19 de enero de 2015

Desde Altas Montañas - F. Nietzsche

¡Oh cenit de la vida! ¡Tiempo festivo!
¡Oh jardín estival!
Inquieta dicha de durar, de escuchar, de esperar:
dispuesto aguardo al amigo día y noche.
¿Dónde estáis amigos? ¡Venid, ya es hora, ya es hora!

¿No se adornó hoy para vosotros con rosas el grisáceo glaciar?
El arroyo os busca, ansiosos de persiguen, se agolpan
viento y nubes más altos hoy en el azul
para acecharos desde una altura más lejana.

Para vosotros dispuse mi mesa en lo más alto. ¿Quién habita tan cerca de las estrellas,
quién al borde de las terribles profundidades del abismo?
Mi reino -¿qué otro reino abarcó más?
Y mi miel -¿Quién la ha gustado?

Ahí estáis, amigos -¡lástima no ser yo a quien buscáis!
Vaciláis, os asombráis -¡Ah, cuánto mejor si os enojarais!
Yo -¿ya no soy yo? ¿Cambiado tengo mano, paso, rostro?
Y lo que soy, para vosotros amigos -¿no lo soy?

¿Otro fui? ¿Extraño a mí mismo? ¿De mí mismo evadido?
¿Un luchador que demasiado a menudo
a sí mismo se ha vencido?
¿Demasiado a menudo opuesto a su propia fuerza,
herido y derrotado en su propia victoria?
¿Busqué un lugar donde más fuerte
soplara el viento?
¿Aprendí a vivir
donde no habita nadie, en lúgubres zonas de osos polares,
olvidé hombre y Dios, maldición y plegaria?
¿Me convertí en fantasma que deambula
por los glaciares?

¡Viejos amigos! ¡Mirad! Pálidos miráis ahora,
llenos de amor y de odio.
¡No, marcháos! ¡No os enojéis!
Aquí vosotros no podríais vivir.
Aquí, en el más lejano dominio
del hielo y de la roca
aquí hay que ser gamo y cazador.

¡Un malvado cazador he sido! ¡Mirad qué tenso está mi arco!
Quién así lo tensó, era el más fuerte:
pero ¡cuidado! Peligrosa como ninguna
es esta flecha. ¡Fuera de aquí!, por vuestro bien.

¿Me dais la espalda? -Oh, corazón bastante has soportado,
firme fue siempre tu esperanza.
¡Abre tus puertas a nuevos amigos!
¡Abandona a los antiguos! ¡Abandona el recuerdo!
Una vez fuiste joven y ahora -¡lo eres aún mejor!

Lo que antaño nos unió, el lazo de una esperanza
¿Quién lee las señales
que, ahora borrosas entonces escribiera el amor?
Al pergamino que la mano no osa tocar lo comparo,
como él oscurecido y consumido.

No más amigos, son -¿cómo diría yo?- únicamente amigos espectrales
que de noche aún llaman a mi ventana y a mi corazón,
que me miran y dicen: ¡Sí, éramos nosotros!
¡Oh marchita palabra, la fragancia de las rosas!

¡Ansia de juventud, incomprendida, que yo anhelé
que como yo próxima y cambiante imaginé!
Se hicieron viejos los amigos y ella los abandonó:
sólo quien se transforma me es afín.

¡Oh cenit de la vida! ¡Segunda juventud! ¡Oh jardín estival!
¡Inquieta dicha de durar, de escuchar, de esperar!
Dispuesto aguardo al amigo día y noche,
¡al nuevo amigo! ¡Ven, ya es hora, ya es hora!

Cesa este canto -el más dulce grito de nostalgia murió en la boca:
un mago lo hizo, el amigo de la hora justa,
el amigo del mediodía -¡no!, no preguntéis quién es,
Fue a mediodía, de uno se hizo dos.

Ahora festejemos, seguros de la victoria conjunta, la fiesta de las fiestas:
vino el amigo Zaratustra, ¡huésped de huéspedes!
Ahora ríe el mundo, se alza el tétrico telón
la luz y las tinieblas se han unido.

domingo, 18 de enero de 2015

Salix babylonica: By the waters of Babylon (Salmo 137)


Elizabeth Barrett Browning

Aléjate de mí...

Aléjate de mí. Mas sé que, para siempre,
he de estar en tu sombra. Ya nunca, solitaria,
irguiéndome en los mismos umbrales de mi vida
recóndita, podré gobernar los impulsos

de mi alma, ni alzar la mano como antaño,
al sol, serenamente, sin que perciba en ella
lo que intenté hasta ahora apartar: el contacto
de tu mano en la mía. Esta anchurosa tierra

con que quiso alejarnos el destino, en el mío
deja tu corazón, con latir doble. En todo
lo que hiciere o soñare estás presente, como

en el vino el sabor de las uvas. Y cuando
por mí rezo al Señor, en mis ruegos tu nombre
escucha y ve en mis ojos mezclarse nuestras lágrimas.

Versión de Màrie Manent







Almas de flores

Nos quedamos contigo, rezagadas,
las últimas de aquella muchedumbre,
como voz de quien canta
y sus propias canciones le enamoran.
Somos perfume y alma
de la flor y el capullo.
Tus pensamientos nos llevamos, cuando
nuestro aliento respiras,
hacia los amarantos de esplendores,
que en las colinas arden,
hacia tiernas campanas de los lirios
y grises heliotropos;
hacia llanos cubiertos de amapolas, que guardan
tal aliento de sueño y tal sonrojo,
que, al cruzarlas, los ángeles
habrán de parecerte más blancos todavía;
hacia el sesgo del río, de ajo silvestre orlado,
donde te solazaste un día entero,
hasta que tu sonrisa trocábase en devota
y el rezo florecía;
hacia la rosa oculta en el boscaje,
que vertía sus gotas de rocío en tu sueño;
y hacia aquellos asfódelos floridos
donde tu paso hundiste.
Tiramos de tu ropa
y tu pelo alisamos;
desfallecemos entre nuestras quejas
y sufrimos, perdidas por los aires.

Versión de Màrie Manent








Catalina a Camoens

Al morir mientras él se encuentra en el extranjero 
y aludiendo a los versos en los que el poeta 
se refería a su dulce mirar. 

No entrarás por esta puerta
que contemplo sin cesar.
¡Adiós! Se va la esperanza,
viene la muerte, no tú.
Ven, amor mío,
ven a cerrar
estos ojos que llamaste
los de más dulce mirar.

Cuando oía tu canción
en antiguas primaveras,
olvidando otros elogios
sólo escuchaba los tuyos,
y repetía
el corazón:
Benditos sean mis ojos
si le parecen tan dulces.

Todo cambia y esta tarde
baña un sol frío la puerta.
¿Susurrarías ahora
igual que antes: Te amo mucho...
cuando la muerte
nubla triunfal
los ojos que ayer llamaste
los de más dulce mirar?

Si estuvieras a mi lado
junto a la cama en que muero,
aunque antaño desdeñaste
su hermosura, sé que ahora
los llamarías
siendo veraz,
por el amor que hay en ellos,
los de más dulce mirar.

Y si entonces los mirases
y ellos te viesen a ti,
todo su brillo perdido
volverían a tener.
Por el amor
y de verdad
fueran belleza radiante
los de más dulce mirar.

Pero, ay, que sólo me ves
con ojos de enamorado
como una leve sonrisa
soñando tras abanicos;
y así repites
sin saber más
en tus serenos ensueños:
los de más dulce mirar.

Mientras el alma se sale
de mi cuerpo lento y pálido,
siempre ansioso por oír
estas palabras de amor,
¡oh, mi poeta,
ven a mí ya!
Tardío amor, ven, son tuyos
los de más dulce mirar.

Poeta mío, profeta,
al alabar su dulzura,
¿es que no viste que está
apagándose su luz?
¿Es que no viste
que ya jamás
devolvería la tumba
los de más dulce mirar?

Silencio. Sólo se escucha
el surtidor en el patio,
cae el agua sobre el mármol
como cae el corazón
desde el suspiro
hasta la muerte,
muerte que anuncia su triunfo
sobre los ojos más dulces.

¿Vendrás? Me siento muy sola,
todo es amargo a mi lado,
y tu voz, amado mío,
no me despierta los párpados.
Ha muerto amor,
llorad, llorad,
junto al ciprés si es que fuisteis
los de más dulce mirar.

Sonaba el ángelus, cerca
de aquel convento paseábamos
y los coros atraían
los ángeles al coloquio.
Veía el cielo
el alma audaz.
Sonreíste. ¿Es eso impuro,
los de más dulce mirar?

Al pasar en tu caballo
y ver tras la celosía
de aquel palacio otro rostro
que no es el rostro de siempre,
¿en un murmullo
repetirás:
Desde aquí me contemplasteis,
los de más dulce mirar?

Cuando las damas en torno
de tu guitarra te digan:
Canta, poeta, los versos
de la dama que murió,
¿entre las lágrimas,
no fingirás
entonando la canción
de la del dulce mirar?

¡Oh, melodiosas palabras
muchas veces repetidas!
Entre todas tus canciones
la mejor ésta será,
la escucha el alma
una vez más
entre el ruido de este mundo...
Los de más dulce mirar.

El clérigo va a rezar,
el coro está de rodillas,
otras músicas solemnes
el alma pronto oirá.
¡Oh, miserere,
oh, ten piedad!
Ya no será Catalina
la de más dulce mirar.

Guarda esta cinta que es mía
(me la quité del cabello),
y cuando llores sobre ella
no te sentirás tan solo,
pues desde el cielo
yo sin cesar
en ti posaré estos ojos,
los de más dulce mirar.

Pero ahora, cuando aún
estoy aquí, brillan más;
tú, amor mío, echa en olvido
todo lo que es mi pasado:
estas palabras
dedicarás
a otra más bella que yo:
la de más dulce mirar.

Pero, ¿qué hacéis, ojos míos?
Sois desleales si el llanto
dejáis caer por el bien
de su esperanza y su vida.
Sería indigno
para el mortal
que un llanto ruin enturbiara
los de más dulce mirar.

Velaré por su futuro,
bendeciré su esplendor;
quiero que cante a otros ojos
de mirar mucho más dulce.
Que los proteja
su ángel guardián,
y que sean para él
los de más dulce mirar. 

Versión de Carlos Pujol







De mi cabello nunca di un rizo a un hombre...

De mi cabello nunca di un rizo a ningún hombre,
amado mío, salvo el que te ofrezco ahora
y, pensativamente, en toda su largura
sombría, voy ciñendo en torno de mis dedos.

Tómalo. Ya mis días de juventud pasaron;
ya al paso alborozado no tiembla mi cabello,
ni prendo en él la rosa o los brotes del mirto, 
como las chicas suelen: ya sólo puede, en pálidas

mejillas, sombrear las huellas de mi llanto,
y se avezó a soltarse cuando a la frente inclina
con su arte el dolor. Temí que las tijeras

fúnebres lo cortaran primero, y ha vencido
tu amor. Tómalo. Puro como antaño, hallarás
el beso que, al morir, en él dejó mi madre.

Versión de Màrie Manent







¿De qué modo te quiero?

¿De qué modo te quiero? Pues te quiero 
hasta el abismo y la región más alta 
a que puedo llegar cuando persigo 
los límites del Ser y el Ideal. 

Te quiero en el vivir más cotidiano, 
con el sol y a la luz de una candela. 
Con libertad, como se aspira al Bien; 
con la inocencia del que ansía gloria. 

Te quiero con la fiebre que antes puse 
en mi dolor y con mi fe de niña, 
con el amor que yo creí perder 

al perder a mis santos... Con las lágrimas 
y el sonreír de mi vida... Y si Dios quiere, 
te querré mucho más tras de la muerte. 

Versión de Carlos Pujol








Dilo, dilo otra vez...

Dilo, dilo otra vez, y repite de nuevo
que me quieres, aunque esta palabra repetida,
en tus labios, el canto del cuclillo recuerde.
Y no olvides que nunca la fresca primavera

llegó al monte o al llano, al valle o a los bosques,
en su entero verdor, sin la voz del cuclillo.
Me saluda en las sombras, amado mío, incierta,
esa voz de un espíritu, y en mi duda angustiosa,

clamo: «¡Vuelve a decir que me quieres!» ¿Quién
teme un exceso de estrellas, aunque los cielos colmen,
o un exceso de flores ciñendo todo el año?

Di que me quieres, di que me quieres: renueva
el tañido de plata ; mas piensa, amado mío,
en quererme también con el alma, en silencio.

Versión de Màrie Manent







¿Es verdad que de estar muerta sintieras...

¿Es verdad que de estar muerta sintieras 
menos vida en ti mismo sin la mía? 
¿Que no brillara el sol lo mismo que antes 
sabiéndome en la noche del sepulcro? 

¡Qué estupor, amor mío, cuando vi 
en tu carta todo eso! Yo soy tuya... 
Pero... ¿tanto te importo? ¿Cómo puedo 
servirte vino con mi mano trémula? 

Renunciaré a los sueños de la muerte 
volviendo a las miserias del vivir. 
¡Ámame, amor, tu soplo resucita! 

Otras cambiaron por amor su rango, 
y yo por ti el sepulcro, la dulzura 
celestial por la tierra aquí contigo. 

Versión de Carlos Pujol







¡Mis cartas!

¡Mis cartas! Papel muerto... mudo y blanco... 
Y no obstante palpitan esta noche 
en mis trémulas manos cuando aflojo 
la cinta y caen sobre mis rodillas. 

Ésta decía: Dame tu amistad... 
Ésta fijaba un día en primavera 
para tocar mi mano... casi nada, 
¡pero cuánto lloré! Ésta... un papel... 

decía: Te amo, y yo me estremecí 
como si Dios rasgase mi pasado. 
Ésta, Soy tuyo... pálida la tinta 

por estar junto a un pecho tumultuoso. 
Y esta última... ¡oh, amor!, no fuese digna 
de lo que dices si lo repitiera. 

Versión de Carlos Pujol







No me acuses, te ruego...

No me acuses, te ruego, por la excesiva calma
o tristeza del rostro, cuando estoy a tu vera,
que hacia opuestos lugares miramos, y dorarnos
no puede un mismo sol la frente y el cabello.

Sin angustia ni duda me miras siempre, como
a una abeja encerrada en urna de cristales,
pues en templo de amor me tiene el sufrimiento
y tender yo mis alas y volar por el aire

sería un imposible fracaso, si probarlo
quisiera. Pero cuando yo te miro, ya veo
el fin de todo amor junto al amor de ahora,

más allá del recuerdo escucho ya el olvido;
como quien, en lo alto reposando, contempla
más allá de los ríos, tenderse el mar amargo.

Versión de Màrie Manent







Oh, amor mío, amor mío...

Oh, amor mío, amor mío, cuando pienso 
que existías ya entonces, hace un año, 
cuando yo estaba sola aquí en la nieve 
y no vi tus pisadas ni escuché 
tu voz en el silencio... Mi cadena, 
eslabón a eslabón, iba midiendo 
como si no pudiese verme libre 
por tu posible mano... ¡Hasta beber 
la prodigiosa copa de la vida! 
¡Qué extraño no sentirte en el temblor 
del día o de la noche, voz, presencia, 
ni adivinarte en esas flores blancas! 
Yo era ciega lo mismo que el ateo 
que no descubre a Dios al que no ve.

Versión de Màrie Manent







Que ha cambiado, dijera, toda la faz del mundo...

Que ha cambiado, dijera, toda la faz del mundo,
desde que oí los pasos de tu alma moverse
levemente, ¡oh, muy leves!, junto a mí, deslizándose
entre mí y aquel borde terrible de la muerte

tan clara, donde hundirme creí; mas fui elevada
hasta el amor y pude saber un nuevo ritmo
para mecer la vida. La copa de amarguras
que Dios nos da al nacer, apuraré gustosa,

loando su dulzura, amor mío, a tu lado.
El nombre de las tierras y el del cielo se mudan
según donde estés tú o hayas de estar un día.

Y este laúd y el canto mío, que quise antaño
(los ángeles canoros bien lo saben), los quiero
sólo porque tu nombre se mezcla en lo que dicen.

Versión de Màrie Manent







Si has de amarme que sea solamente...

Si has de amarme que sea solamente 
por amor de mi amor. No digas nunca 
que es por mi aspecto, mi sonrisa, el modo
de hablar o por un rasgo de carácter 

que concuerda contigo o que aquel día 
hizo que nos sintiéramos felices... 
Porque, amor mío, todas estas cosas 
pueden cambiar, y hasta el amor se muere. 

No me quieras tampoco por las lágrimas 
que compasivo enjugas en mi rostro... 
¡Porque puedo olvidarme de llorar 

gracias a ti, y así perder tu amor! 
Por amor de mi amor quiero que me ames, 
para que dure amor eternamente. 

Versión de Carlos Pujol







Y no obstante el amor por ser amor...

Y no obstante el amor por ser amor 
es bello. Igual llamea reluciente 
un gran templo y la hierba. El mismo fuego 
arde quemando el cedro y la cizaña. 

Y el amor es un fuego; y cuando digo 
te quiero, oh Dios, te quiero, ante tus ojos 
me transfiguro en esplendor y siento 
mi cara centelleante que deslumbra. 

En el amor no puede haber ruindad 
aunque amen los más ruines de los seres, 
que cuando aman a Dios Él los acepta. 

Y en la apariencia ruin de lo que soy 
refulge el sentimiento y purifica 
por ser fruto de amor lo que es de carne. 

Versión de Carlos Pujol

lunes, 5 de enero de 2015

The African Queen (J. Houston, 1951)

Do you recognize these flowers, Mr. Allnut? I've never seen them before.
Well, I can't say as I have, either.
Perhaps no one has.
I don't suppose they even have a name.
Whether they have or not, they sure are pretty.

viernes, 2 de enero de 2015

970 - Emily Dickinson

Color, casta, nombre
son asunto del tiempo.
La más divina clasificación
de la muerte no los conoce.

Como en el sueño, se olvidan los matices
y se dejan atrás los credos
y los dedos grandes y democráticos
de la muerte borran las etiquetas.

La raza a ella no le importa.
De crisálidas rubias
o pardas
ella saca igualmente mariposas

que de su oscuridad emergen.
Lo que la muerte muy bien sabe
nuestras menudas intuiciones
no lo juzgan plausible.