lunes, 27 de enero de 2014

Almuerzo Desnudo, El exterminador hace un buen trabajo

El temor de la Muerte y la debilidad de la Muerte se apoderaron del muchacho, y le cortaron la respiración, le detuvieron la circulación de la sangre. Se apoyó contra una pared, que pareció ceder ligeramente. Recuperó en un instante la claridad de la droga.
El Marinero estaba preparando una inyección. -Cuando llegue el momento estarás allí, ¿verdad? -dijo mientras palpaba la vena del muchacho y raspaba los puntitos de la piel con dedos suaves de vieja. Clavó la aguja. En la base de la jeringa se abrió una orquídea roja. El Marinero opimió el bulbo, mirando al mismo tiempo el pasaje de la solución a la vena del muchacho, absorbida por la sed silenciosa de la sangre.

Almuerzo Desnudo, El mercado

Estanque cubierto de fango verde en un arruinado jardín francés. Una enorme y dolorosa rana se alza lentamente del agua sobre una plataforma de barro, tocando el clavicordio.

domingo, 26 de enero de 2014

Madame Bovary, IV (segunda parte)

Se torturaba buscando una manera de declarársele, vacilando siempre entre el temor de disgustarla y el bochorno de ser tan pusilánime, llorando de desaliento y de deseo. Por fin tomaba decisiones enérgicas: escribía cartas que rasgaba; se concedía plazos que luego postergaba. A veces, decidido a actuar, dispuesto a todo, pronto cambiaba de idea al verse en presencia de Ema y cuando Carlos aparecía y lo invitaba a subir a su boc para visitar juntos a algún enfermo de los alrededores, León aceptaba al instante, se despedía de la señora y se marchaba ¿Acaso el marido no era algo de ella misma?
Ema no se interrogó para saber si lo amaba. Creía ella que el amor se presentaba de repente, con muchos destellos y fulgores, huracán celeste que al caer sobre la vida la trastorna, arranca las voluntades como hojas y arrastra al abismo al corazón. Ignoraba que la lluvia forma lagos en las azoteas de las casas cuando están tapados los desagües y así habría permanecido en su seguridad, de no haber descubierto de improviso una grieta en la pared.

El elegido

El descubrimiento

"Abrióse entonces la esclusa, estalló el dique, ya no hubo represa para contener el flujo por tanto tiempo detenido."

"Todo era misterioso y secreto, él mismo era un misterio, mas el misterio contiene en sí todas las posibilidades, todas las esperanzas, todos los anhelos y sueños. ¿Se había pretendido ocultar una oscura falta? Pero es que donde hay mácula hay nobleza, porque la gente de baja condición no reconoce máculas. ¡Cuán dspuesto estaba él a cambiar su limpia condición de villano por la condición con tachas de noble!"

La audiencia

"Con el tiempo también ellos envejecieron y, como el follaje de verano, abonaron la tierra de la que nuevos mortales nacerían, florecerían y se marchitarían. El mundo es finito y eterno sólo para gloria de Dios."

El siguiente en la fila (Bradbury)

(...) Qué talentosa era la muerte. Cuántas expresiones y movimientos de la mano, la cara, el cuerpo, que no se repetían nunca. Los muertos se alzaban como los tubos desnudos de un vasto órgano arruinado, de bocas frenéticas. Y ahora la mano de la locura descendía sobre todas las teclas a la vez, y el órgano emitía un grito interminable, por un centenar de gargantas.

El siguiente en la fila (Bradbury)

Mirando otra vez las tumbas, vieron los restos de la fiesta de la muerte. Las bolitas de sebo que las velas habían derramado sobre las piedras, los capullos marchitos de las orquídeas que yacían en las piedras lechosas como tarántulas aplastadas de color rojo purpúreo, algunas parecidas a órganos sexuales, fláccidos y marchitos. Había arcos de hojas de cactos, bambúes, cañas, ipomeas silvestres, muertas. Había también círculos de gardenias y pimpollos secos de buganvillas. Todo el suelo del cementerio parecía un salón de baile luego de una danza frenética, que los participantes habían interrumpido de pronto. A un lado las mesas con confetti, cirios, cintas y sueños abandonados.

sábado, 25 de enero de 2014

La muerte en Venecia, IV

(...) Se levantó un viento más fuerte, y los caballos de Neptuno galoparon espumeantes. Por entre la rocas alejadas de la playa saltaban como cabrillas las olas. Aschenbach sentíase anegado en un mundo divino lleno de vida pánica, y su corazón soñaba dulces fábulas. A veces, cuando el sol se ponía por detrás de Venecia, se sentaba en un banco del parque para contemplar a Tadrio, que, vestido de blanco y con un cinturón de color, jugaba al balón. Entonces creía estar viendo a Jacinto, el ser mortal por lo mismo que era objeto del amor de los dioses. Y hasta sentía los dolorosos celos del Céfiro, de aquel rival que, olvidando el oráculo, el arco y la cítara, se ponía a jugar con el mancebo; veía como el dardo ligero, impulsado por los celos crueles, alcanzaba la amada cabeza, recibía palideciendo el desfalleciente cuerpo, y la flor que brotaba de la dulce planta traía la inscripción de su lamento infinito...

La muerte en Venecia, IV

En aquel momento se había adueñado del solitario una de estas vibrantes ideas, uno de estos sentimientos precisos: el sentimiento de que la naturaleza se estremecía de goce cuando el espíritu se inclinaba en homenaje y reverencia ante la belleza. Súbitamente sintió el deseo imperioso de escribir (...)

viernes, 24 de enero de 2014

Madame Bovary, VI (primera parte)

(...) Si su infancia hubiera transcurrido en la trastienda de algún barrio comercial, tal vez se hubiera entregado a los abandonos líricos de la naturaleza, que por lo general nos llegan a través de las transcripciones de los escritores. Pero conocía demasiado bien el campo: conocía el balido de los rebaños, los ordeños y los arados. Habituada a los aspectos calmos, se inclinaba hacia los accidentados. Amaba el mar por sus tempestades y la verdura únicamente cuando crecía entre las ruinas. Necesitaba sacar de las cosas una especie de provecho personal y descartaba como inútil todo lo que no contribuía a la inmediata consumación de su corazón, puesto que su temperamento era más sentimental que artístico y buscaba emociones en vez de paisajes.

jueves, 23 de enero de 2014

Un asunto tenebroso, Capítulo primero

Sentíanse desde allí los ojos irresistiblemente atraídos por fugaces perspectivas, siguiendo ya la redondez de un sendero, ya la vista sublime de una larga alameda de bosque, ya una muralla de verdor casi negro. La luz filtrada por entre el ramaje de aquella encrucijada hacía brillar, por entre los claros del berro y los nenúfares, algunos diamantes de aquel agua tranquila e ignorada. El croar de las ranas turbó el hondo silencio de aquel lindo rincón del bosque, cuyos silvestres aromas despertaban en el alma ideas de libertad.

Narciso y Goldmundo, Capítulo VII

(...) Observaba las hojillas de la pequeña planta y reparaba en la manera bella y notablemente inteligente como estaban dispuestas en torno al tallo. Hermosos eran los versos de Virgilio y a él le placían en extremo; pero Virgilio tenía muchos versos que, en punto a pureza y sabiduría, hermosura y sentido, no valían ni la mitad de lo que aquella ordenación en espiral de las menudas hojillas subiendo por el tallo. ¡Qué placer, qué dicha, qué tarea encantadora, noble, trascendental sería para un hombre el crear una de estas flores! Pero nadie era capaz de tal empeño, ni héroe ni emperador, ni papa ni santo.

Narciso y Goldmundo, Capítulo VII

(...) De todos modos, era hermoso vivir. Cogió de entre la hierba una florecilla violeta, acercó a ella los ojos, miró dentro del pequeño y angosto cáliz por el que corrían unas venillas y en el que vivían unos órganos minúsculos, finos como cabellos; allí, como en el seno de una mujer o en el cerebro de un pensador, bullía la vida, vibraba el afán. ¿Por qué no sabíamos absolutamente nada? ¿Por qué no era posible hablar con esa flor? (...)

La Eneida, Libro IX

Mientras así clamaba Niso la espada de Volscente, esgrimada con poderoso empuje, atraviesa las costillas y rompe el blanco pecho de Euríalo, que cae herido de muerte; corre la sangre por sus hermosos miembros, y su cuello se dobla sobre sus hombros, semejante a una purpúrea flor cuando, cortada por el arado, desfallece moribunda o cual las adormideras inclinan la cabeza sobre el cansado tallo a impulso de un recio aguacero.

Los hambrientos (Mann)

... Ahora estaban bailando. Las representaciones en el escenario habían terminado. La orquesta tocaba con brío. En la pulimentada pista las parejas resbalaban, rodaban y se balanceaban. Y Lilli bailaba con el pequeño pintor. ¡Cuán graciosa era su cabecita surgiendo, como flor de su cáliz, del almidonado cuello bordado de plata! Con paso pausado y elástico se movían dando vueltas alrededor de un mismo espacio estrecho; el rostro de él estaba vuelto hacia el de ella, y sonriendo, entregados con contenida devoción a la dulce trivialidad del ritmo, seguían su conversación.